lunes, 15 de diciembre de 2014

Una noche en un taxi.

-Por favor, a la Plaza de Castilla.
-Sí señor. Vaya un día de perros que hace, ¿verdad?
-No me hable, no me hable. Tengo una resaca espantosa, una entrevista ahora mismo y anoche fue... No sé fué completamente atípico, ¿comprende? Algo para lo que no estaba preparado...
-Puede tutearme y desahogarse, si quiere, quizá le venga bien hablar de ello y siendo taxista desde hace un cuarto de siglo, créame cuando le digo que ya he visto y oído de todo desde ese asiento.
-Pues tiene razón, al fin y al cabo la gente lo hace con los loqueros, ¿no?
-Claro hombre, pruebe y verá cómo se siente mejor, yo escucho y conduzco y al final del trayecto me cuenta. ¿Le parece?
-Pues, ¿por qué no?
Salí a la calle y la puerta del portal se cerró detrás de mí dando un portazo que bien pudo haber abstraído de sus inconscientes cavilaciones al matrimonio tan raro que vivía en el primer piso del edificio. Llegaba tarde. Mientras me ponía la chaqueta con dificultad una de las mangas se me trababa y descolocaba toda la ropa que había debajo miré al suelo. Reflejaba la luna. Llena. Mal asunto. Procedí a colocarme la ropa mientras miraba al cielo, aún me quedaba una larga caminata hasta encontrarme con el resto y no estaba muy por la labor de desplazarme hasta allí tan incómodo como me encontraba en ese preciso instante. Del cielo ausente de toda luz caían pequeñas gotas de lluvia que si bien no parecían mojar absolutamente nada, más bien calaban todo aquello donde caían más de cinco minutos. Era una de esas noches que pueden salir muy bien... O terminar verdaderamente mal.
Mientras iba caminando con una capucha no muy grande que permitía que las gotas empapasen mi frente y se escurrieran por la nariz decidí jugármela como sólo los fumadores lo hacemos en esas ocasiones y saqué un cigarrillo del paquete. Lo encendí de mala manera bajo una cornisa pues el frío del ambiente y la humedad apenas dejaban a la llama aparecer para saludarme el tiempo necesario que tardaba en acercarla al extremo del maldito pitillo que tanto se me resistía. Cuando por fin lo conseguí decidí tomar un atajo por un parquecillo que había al lado. Quizá ahorrase unos minutos si no me descalabraba saltando una pequeña tapia que caía sobre unas losas que empapadas como estaban no me inspiraban ninguna confianza.
Salté, hasta aquí todo en orden, empero cuando conseguí terminar de incorporarme note un mareo súbito. Una sensación como de un anudamiento en el estómago, y entonces la lluvia que tanto me estaba tocando los cojones empezó a resultarme apacible, serena, incluso algo cálida. Ya venía. Me había dormido en casa tomando la primera copa ya que estaba cansado después del trabajo... Na, eso no importa, no es relevante para esta historia... Total, que me despertaron los de siempre. Que dónde coño estaba, que mirase que hora era. Pues evidentemente lo que me había tomado con la copa tenía que hacer su aparición. Más tarde o más temprano. Y efectivamente ahí estaba aunque me había olvidado por completo de ello.
Atravesar el parque fue más fácil de lo que pensaba ahora los árboles daban la sensación de ser inmensos paraguas que me brindaban cobijo en cada paso y las gotas que caían y golpeaban la capucha sonaban como el eco de una piedra cayendo por un enorme barranco.  Llegados a ese punto me quité la capucha y sentí el agua mojar mi cara por completo. Alcé la vista al cielo, siempre me ha gustado hacerlo en esas ocasiones, aunque aquella vez era distinto. Me sentía mucho más agradable y en calma, como conectado con el clima, sabiendo que eso era algo que tenía que pasar, ¿sabe? Aceptando el hecho de que lloviera y simplemente disfrutando esa sensación en mi.
Un par de calles más allá llegué por fin al bar de siempre. Éstos estaban apoyados en la barra, con una jarra de tequila rodeada de vasos de chupito, gajos de limón y un salero volcado. Sendas bebidas sujetas en sus manos y alguno sujetando ya el cigarrillo en la otra, la verdad que la prohibición de fumar en los bares de copas no había calado muy bien en el grupo. Total, que según entré abrazo pa' arriba, abrazo para abajo, "¿como estás, mamón? ¿qué es de tu vida?" y tras esos saludos que solemos profesarnos los hombres cuando nos encontramos con la conciencia más p'allá que p'acá y un par de visitas o tres, no recuerdo bien, al servicio estaba con mi gin-tonic en una mano y un chupito de tequila en otra.
No recuerdo muy bien a qué hora salimos del bar pero decidimos que lo mejor que hacíamos era intentar engañar a alguna que nos hiciera compañía esa noche y, evidentemente, nos decidimos por ir al bar de música más bailonga de moda. Aunque la mayoría íbamos con la predisposición y el miedo de no comernos un colín. En fin, que allí estábamos, saludamos al portero, un viejo conocido y otra visita al baño después nos fuimos a una zona de la pista que estaba un poco libre. Normalmente la idea de permanecer todos juntos en grupo no funciona así que nos separamos en grupos de dos y tres buscando grupos con los que entablar conversación. Al rato, no sé por qué, sería la volada que llevaba encima pero ya me había perdido, y claro allí dentro no había cobertura y estando dispersos como para que alguien se diera cuenta de que faltaba por allí hasta la hora del encuentro para ver el panorama y decidir.
Decidiendo decidí tomarme una cerveza para hacer tiempo y pensar algo hasta encontrar a alguno y reengancharme al grupo cuando, estando apoyado en la barra, no me preguntes de dónde salió pero se me cayó encima una tía que se me partió la polla. No había visto otra en todo el bar que me la pusiera tan jodidamente dura, tronco. Tenía un pelo precioso, largo, liso, recogido en una cola de caballo, justo por esos hoyuelos que les salen en las caderas, sabes cómo te digo, ¿verdad? rollo top model. Llevaba unos vaqueros altos, súper ajustados por encima de la cintura y una camiseta amplia por encima que dejaba entrever la plenitud de su silueta. Si que estaba buena. Esos ojos de gata... Bueno de gata pensaba yo que eran... El caso es que me atraparon, fue como si me hubieran soldado la puta pupila con los suyos. Hasta lo que a mí me pareció un cuarto de hora después no pude fijarme en el pintalabios. Era granate, como un buen vino. No el típico rojo que usan todas ni ese negro que dice "Igual soy la mujer de tu vida o igual es que estoy colgada de la puta olla y te la lío". Era tan discreto y elegante que me encantó. Tenía unos labios un poco gruesos, carnosos, apetecía mordérselos allí mismo, que destacaban con una nariz pequeña, proporcionada, fina y discreta. Luego supe que no era tan fina. Sus facciones eran suaves, tersas. Era más joven que yo, no me atreví a preguntarle la edad. Aunque en el fondo me la sudaba bastante. Era la tía más increíble que podía ver en muchos metros a la redonda y se me había caído encima del puto cielo. Qué te voy a contar de sus piernas, eran larguísimas, como dos columnas corintias, firmes, fuertes y tan bellas que podrías pasarte un día completo estudiándolas. Me dijo algo, no la entendí la verdad, pero hice acopio de serenidad y le respondí cortésmente que seguramente había sido culpa mía que estaba un poco borracho y que, por supuesto lo sentía. Ella se rió y me lanzó una mirada tan cómplice que un escalofrío me atravesó por completo y los pelos se me pusieron todos como escarpias.
¿Sería posible que me estuviera tirando la caña? No tardé mucho en descubrirlo porque cuando se reincorporó en sus tacones. Madre mía que tacones, cogió una silla de un grupo que se iba y recogía sus abrigos de encima y se puso a mi lado en la barra a invitarme a otra cerveza. Empezamos a charlar. Tenía coco, la cabrona. Cada vez me gustaba más. Y cada vez me ponía peor al mirarla y la deseaba tanto que a ratos la cabeza se me iba y me ponía a pensar las muchas maneras de las que me la iba a comer si ella me dejase hacérselo. Además sabía conversar, no tuvimos un sólo espacio en blanco y cada vez cuesta más encontrarse a alguien así. Mientras estaba absorto en todo eso me di cuenta de que nos habíamos terminado la cerveza y cuando le propuse invitarla a otra ella dijo que no. Que muchas gracias pero que estaba cansada. Mi primer pensamiento fue cagarme en todo lo que se me ocurrió. Tan jodidamente cerca la había tenido, tan cerca... Y ahora se me escapaba. Fue algo tan frustrante como cazar una mosca al vuelo y que se te salga de entre los dedos, ¿me entiendes? ¿Sí? Pues así. Sin embargo mi suerte cambió, recuerdo que me había preguntado si vivía sólo y le dije que sí, cuando sacó un paraguas pequeño de su bolso y me sugirió que la acompañase a fumar afuera.
Mientras echábamos el cigarro se me ocurrió la genial y estúpida idea de preguntarle qué iba a hacer después, ya sabes, negó mi oferta y no sabía si aquello se había terminado ya o qué cojones había pasado entonces. Entre las hormonas, tanta copa y tanto baño no era capaz de encajar bien todas las piezas del rompezabezas. Aunque tenía una idea aproximada... Total que ahí estaba ella. Enfrente de mí, dio una última calada a su cigarro y mientras tiraba la colilla, la cual quedó manchada de carmín, sí, me fijo en esas cosas, ¿comprende? los pequeños detalles son las pistas para llegar a las grandes metas, pues se rió y volviendo a buscarme la mirada me contestó tan graciosa y tan natural que contaba con la invitase a una copa en mi casa que me quedé en shock. Hostia puta. Pues ya me podía dar con un canto en todos los dientes y quedarme sin uno sólo. Le pregunté si le gustaba el vino y la respuesta fue afirmativa. Total, pedí un taxi y nos fuimos a casa conversando de todo un poco, de música, de comida, de bebida, trabajo... Qué se yo, iba embobado, escuchando su voz, mirándola a los ojos pensando que no podía tener más suerte que me la sudaba todo. Sólo quería atesorar cada puto instante a sabiendas de que todo lo que llevaba encima haría cuanto en su mano estuviera por evitarlo.
Cuando entramos en casa me preguntó por un cenicero y el baño, le indiqué dónde estaban ambas dos cosas y fui a poner algo de música y a descorchar una botellita de un rueda, blanco buenísimo que tenía en casa para una noche como aquella. Era un vino dulce, afrutado, goloso. Lo justo para saborearlo. El momento. Y el vino, claro. Cuando la vi aparecer me quedé atontado, con las dos copas de vino en la mano. Se había soltado el pelo, y vaya leona. Había pensado que esos ojos eran de gata, como la de Los Secretos y cuán jodidamente equivocado estaba. También se había quitado los tacones, y no por ello había perdido facultades su figura. Fue en ese momento cuando me arrebató su copa de las manos y se dió la vuelta cuando le miré el culo por vez primera. Abusivo, oiga.
Nos sentamos en el sofá y nos pusimos a charlar un poco más, la verdad que la conversación, el vino, la música todo era exquisito. Podría haber congelado ese momento durante meses y vivirlo una y otra vez y no me habría cansado. Al rato me percaté de que se empezaba a tocar el pelo de esa forma que las mujeres lo hacen cuando te quieren mandar indirectas. Decidí que era el momento. De esas de "o acabamos en la cama, o acabo matando yo sólo mi soledad para no coger la cama más tieso que el cerrojo de un penal". Así que decidí tocarle el pelo. Era suave, tenía un tacto tan delicado y tan erótico que sólo quería meterla en mi cama y darle placer. Darle todo. Con todo. Me acerqué un mechón de pelo y lo olí. Siempre he sido de fetiches y aquel perfume me volvió loco. Supongo que fue el empujoncito que necesitaba porque acto seguido ella me miro y yo la agarre la nuca la atraje hacia mí y le agarré una pierna. No se lo tomó a mal, me agarró del pelo con una mano mientras con la otra agarraba mi cinturón. No duramos allí ni un minuto. Al poco estábamos en la cama arrancándonos la ropa. Lo primero que hice fue meter el hocico ahí, llevaba tanto tiempo queriendo devorarla que no dejé un rincón de su piel por saborear y cuando llegué ahí perdí la noción del tiempo, sólo sé que no pude parar hasta que sus gritos, ahogados por una melodía in crescendo me sacaron del trance en el que estaba cuando me dijo que había llegado. Pero yo quería más, no sé de cuántas formas follamos, sólo sé que se movía como no me habían follado nunca. Era como una serpiente, peligrosa, sensual, y suave. Pero también una leona, su piel erizada de placer casi tanto como la mía exhalaba un calor como no recuerdo por cada poro y la melena se agitaba con cada ida y venida mía inundando todo de ese perfume que cada vez me ponía más cachondo. Cuando llegamos la que no había tenido suficiente era ella y me probó con una boca tan cálida, jugosa y sutil que pocas veces lo he disfrutado a esos niveles. Después de aquello, había que bajar el subidón así que fumamos un porro a pachas de una hierba que me había pasado un colega que es canela fina mientras comentábamos la música que estaba sonando.
No recuerdo mucho más. Sólo que por la mañana me desperté y no estaba, como un fantasma. Habría jurado que fue todo una enorme paranoia mía producida por el colocón si no me hubiera encontrado en el cenicero las colillas manchadas de carmín y entonces me dí cuenta de que el olor no se había ido aún. Que no me había abandonado todavía. Fui al baño y ví que se había duchado, me había dejado el sostén en el espejo, cosa que me pareció súper rara. La verdad. Cuando salí de la ducha y me iba a mirar en el espejo me di cuenta de que me había dejado algo escrito en el vaho cuando lo hizo ella. Ponía "Te llamaré de noche".  Y aquí estoy, volviendo a casa después de comprar más vino por si resulta ser verdad...
-Son siete con ochenta, ¿qué tal le ha sentado?
-Mejor de lo que me esperaba, tome diez y quédese el cambio.
-Gracias, sinceramente espero que le llame. Parece una mujer increíble.
-Lo es, realmente lo es. Yo también lo espero, no sabe usted cuánto...
-Adiós, buenas noches y buena suerte

-Vaya con cuidado...

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