Los ojos me pican. Y me
pesan. Mis pulmones, llenos aún de humo descansan sobre mi débil estómago que
se esfuerza en digerir la comida llena de pimienta que he tomado hace un par de
horas. Entretanto me pica la cabeza y mi barba huele a Cuba. A la Habana, a
Fidel y a humo. A fuego y cenizas. Aún siento la cerveza en mi sangre y, como no
podía ser de otro modo, decido tomarme otra. Dicen que al fuego con fuego y no
conozco mejor remedio para la resaca que un buen cañón por la mañana. Aunque ya
llega un poco tarde… Y sin embargo todo esto es trivial, vanal, carente de toda
importancia. Incluso, casi rutinario teniendo en cuenta qué día de la semana es
hoy. Y es que hoy es ese día. Ese puto día que mis hormonas están más desatadas
que nunca y luchan por aflorar todas juntas en un instinto animal en el que lo
único que me apetece eres tú. Y tumbarme toda la tarde contigo al lado. Como un
perro que no tiene nada mejor que hacer. Y lo sabe. Sería lo que más me
apetecería ahora mismo. Pero tengo que conformarme con lo que tengo.
Enfrentarme a mi problema, que no estás aquí. Y precisamente entonces un
torrente de proteínas despega como el transbordador Challenger en dirección al
universo. Hoy te necesito. Menos mal que en unas horas podre sentirte de nuevo.
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