Agosto, otra vez. No me gusta
este mes, nunca me gustó demasiado,
pero hay hechos puntuales en mi vida que han conseguido que me guste aún menos.
Creo que alguna vez te lo conté. Y es que no soporto estar a 200km de ti.
Podría decirse que no se llevar una relación cuando la distancia se interpone
entre mi pareja y yo. Podría decirse que no se llevar una relación. Podría
decirse que nací para morir solo. O podría decirse que nací para morir de SIDA
por jugar con las trabajadoras de la compañía, dada la vida que he llevado casi
siempre, saltando de una flor a otra. Robando su néctar, para llevar a la
colmena de mi orgullo y ego alimentando a la reina de mi propia crapulencia.
Sólo tengo una cosa clara, que voy a estar
lejos de ti mucho tiempo. Sin verte. Sin olerte, sin probarte sin sentirte.
Casi un mes sin oírte reír, ni cotillear, ni mirarme con esos ojos que
consiguen que me sienta desnudo rodeado de miradas que me perforan cada poro de
la piel. Parece que no pero para mí es una eternidad. Y entonces me vienen los
miedos…
El miedo a los finales de Agosto, negros
oscuros y con recuerdos reprimidos en su día con alcohol y hachís que sólo el
tiempo pudo hacerme superar. El miedo a no saber si te agobio o si te estoy
dejando escapar. El miedo a perderte, a cagarla otra vez como la cagué hace
años… El miedo a volver a estar sólo… Y el miedo a volver al bar y salir a la
lluvia, abrocharme el abrigo y empezar a calentar las piedras otra vez, con un
clipper viejo y flojo manchándome las yemas de marrón…