martes, 20 de julio de 2010

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Se oyó el sonido de la corriente eléctrica fluyendo a través de los cables hasta llegar a los altavoces de su equipo de sonido. Sin darse siquiera la vuelta en su espléndida cama de suaves sábanas de color rojo oscuro supo exactamente lo que aquel signo quería decirle. Hora de ponerse en marcha. El equipo de sonido empezó a sonar aquella mañana de abril. Afuera hacía viento y llovía. Mientras tanto escuchaba las noticias. Una inundación en una región norteña se había cobrado tres víctimas, una colina se desplazó arrastrando una urbanización consigo debido a una mala construcción provocada, por supuesto, por la especulación urbanística que cuatro pelagatos habían dispuesto en un concilio casi tan secreto como aquel que, en 1307, acabó con la mayor parte de los caballeros de la Orden del Temple, un viernes 13 en Francia.
Se incorporó y estiró los brazos como si quisiese atravesar los techos de los múltiples pisos que tenía en su bloque encima de sí para intentar rozar el cielo con las yemas de sus finos dedos. Hizo lo propio con las piernas y se puso en marcha a la cocina tras levantar la persiana y abrir sus ventanas al ponzoñoso aire que en la ciudad circulaba, cálido, como una tarde de agosto en el ecuador, y a la vez frío y distante, como una piedra, carente de todo sentimiento, como la ciudad…
Sacó de su nevera una bebida con lactobacillus casei y un zumo, buscó, casi a tientas debido al sueño y la pereza que reinaba sobre sus ojos apenas abiertos aún, la mantequilla y el tarro de la mermelada por su frigorífico. Como un felino que agazapado entre la alta maleza busca la mejor posición para abalanzarse sobre su presa. Cuando las halló, preparó una tostada y la metió en su respectivo electrodoméstico. Hecho esto, se encaminó al baño donde, la noche anterior, había dejado preparada la ropa para el día siguiente, se quitó el calzoncillo y se metió en la ducha. Abrió el grifo y disfrutó del agua corriente. No se le ocurrió pensar de donde provenía esta… Un embalse quizás situado a muchos kilómetros de distancia que seguramente había anegado un valle o dos. Pero eso daba igual, es necesario para el bienestar social.
Descorrió la mampara y tras secarse se vistió. En la cocina preparo sus tostadas y se bebió el zumo y su bebida probiótica. Tras esto echó un vistazo a su reloj y, puesto que iba bien de tiempo, decidió ir andando al trabajo. Mientras bajaba en el ascensor, qué gran invento, sacó una cajetilla de cigarrillos y procedió a colocar uno en la comisura de los labios. Extrajo su flamante mechero estilo americano craquelado y lo encendió. Disfrutó del sonido del papel y el tabaco al empezar a arder, ciertamente era inconfundible. Salió a la calle con buenas intenciones. Y eso demostró. Fue caminando al trabajo. Mientras su cigarrillo se consumía como una vida fluye según el compás de los días y su continuo devenir, veía a muchos ejecutivos que nada pensaban más que en su propio beneficio conduciendo sus coches de alta gama mientras hablaban sin pudor ni culpa por sus teléfonos móviles de última generación y más de uno a punto estaba de causar un accidente. Veía cómo el humo salía de los múltiples tubos de escape que aceleraban en los semáforos dejando caucho desgastado en el asfalto por salir con demasiada prisa. Y lo veía elevarse por el cielo, y causar una nube oscura por encima de la ciudad que se veía en las afueras y elevaba la temperatura de la misma a medida que confluías hacia el centro. Por un momento se le ocurrió pensar en todo el crudo que hacía falta para alimentar semejante número de motores, ya que no era su humilde ciudad, sino la totalidad del mundo “civilizado” el que necesitaba ser alimentado…

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